Autor: Gulliver. La Nación, 13 de mayo de 1961. Tomado de: Leyendas costarricenses. Compilador Elías Zeledón.
En el amplio galerón que rodea el patio de la casa, las viejecitas están
desgranando maíz, arrepolladas en el suelo, con las piernas cruzadas,
con los guacales en sus regazos, alrededor de una pirámide blanca de
mazorcas blancas y amarillas, van desgranando el duro grano.
Como la tarea habitual no les coge el pensamiento, éste se a da a vagar
en mil un temas: recuerdos de los tiempos idos, noticias del vecindario,
crónicas de las fiestas religiosas, cuentos de fantasmas y cosas "del
otro mundo".
Recojamos este relato que se dejó en la memoria: lo narraba Ña
Rafela, la viejecita rechoncha y tuerta, la mejor desgranadora de maíz y
la mejor rezadora del vecindario.
"Los duendes son unos chiquitos barbudos; tienen orejas
puntiagudas como las de los perros: sus "paticas" son como las de los
gallos, así se ven sus huellas... yo las vi muchas veces de chiquilla,
en los playones de arena del Río Virilla, cuando me criaba en las
haciendas de la Caja. Salen por la tarde y pierden a los niños, pero no
les hacen daño; se los roban para jugar con ellos; son de los más
confisgaos.
A veces se aquerencian en una casa y si los tratan mal se vuelven
muy emporrosos: asustan a las gallinas vuelcan lo canastos en donde van
poner; tira terrones al techo de la casa; vuelcan los comales y a veces
cuando uno ha puesto los platos para servir la comida, los llenan de
porquerías... Para que no molesten hay que dejarlos tranquilos y cuando
salen por la tarde y no los ve, hay que hacerse el tonto, como si no los
viera...
Bueno, yo "miacuerdo" que por allá por el Barrial, vivía la
familia de don Reyes Vargas, en su casita que estaba en medio potrero;
los duendes se le aquerenciaron y empezaron a emporrarlos... no los
deajban tener vida.
Dicen quesque estaban "enamoraos" de las muchachas.
¡Para qué contarles todas las tonterías que les hacían !: sacaban
a media noche a los muchachitos de las cunas donde los tenían
durmiendo; cuando las muchachas tenían la tortilla puesta en el comal,
llegaban y la regaban con ceniza o con boñiga; ensuciaban la ropa
tendida al sol... bueno, aquello no se aguantaba.
Le aconsejaron a don Reyes que dejara sola por unos meses la casa
y que se pasara a otra; pero eso sí, que lo hiciera, sin que se dieran
cuenta, porque si notaban la mudanza, se irían a la nueva casa.
De veras, ñor Reyes alistó sin mucho aparato dos carretas y un
día, a medio día, echó a la familia en la carreta y en otras los
"tarantines" de la casa, sin hacer bulla, se alejaron por el potrero...
Cuando habían caminado como un cuarto de hora, ña Damiana, la mujer de
ñor Reyes, ¡se va acordando que había olvidado algo!:
- Reyes, - le gritó su esposa- ¡sabés que dejamos olvidado el "bacín"! ¿Y ahora qué hacemos?
Y, de debajo de la carreta se oyó salir una carcajada como de muchacito y una vocecita dijo:
- ¡Adió, no se preocupe, que aquí lo llevamos!
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